miércoles, 10 de octubre de 2007

Parasha Bereshit

LA ENVIDIA
Por. Rab Amram Anidjar


Es una de las peores cualidades que una persona puede llegar a tener, tal y como está escrito en Pirké Avot que la envidia saca a la persona de este mundo, es decir no lo deja disfrutar de la vida como debería ser.

Se cuenta que una vez un rey le ofreció a una persona muy querida por él, entrar al depósito de los tesoros y que tomase como regalo una de las joyas, y le dijo que de aquello que saque de ese depósito le tocará el doble a su acompañante. Esta persona desafortunadamente tenía una mala cualidad: era muy envidioso. Una vez que entró, cada vez que encontraba algo especial le preguntaba al rey, si tenía algo que duplicara el valor de tal o cual objeto, y el rey le respondía afirmativamente. Así, sucesivamente, una vez que revisó todo el depósito optó por decirle al rey sácame un ojo, y el rey asombrado por su decisión le preguntó ¿y por qué? Para que a mi compañero le saques los dos.

Desde el principio Dios se preocupó por que no existiera la envidia dentro de su creación. Tal y como lo explica Rashí (Bereshit 2:7) en nombre del Midrash Rabá que explica a Rabí Shimón Ben Jalafta, ¿Por qué Dios creó al hombre compuesto de materia y espíritu? En el primer día creó al cielo y a la tierra. En el segundo día creó los siete firmamentos con sus ángeles respectivos. En el tercer día creó a las superficies terrestres. En el cuarto creó las constelaciones. En el quinto descendieron las aguas a la tierra. Vemos cómo se fueron alternando los días tanto para cosas terrenales, como para cosas celestiales. Por lo tanto, para evitar que exista la envidia dentro de la creación, creó al hombre combinándole como materia y espíritu, terrenal y celestial. Pero, desafortunadamente, las creaciones de Dios sí se envidiaron las unas a las otras.

Desde el principio del mundo vemos cómo la envidia no ha dejado de dañar y destruir por doquier.

Primeramente, de los ángeles para el hombre. Dios creó a los ángeles en el segundo y quinto día, tal y como lo trae el versículo (Bereshit 1:20) “…y ave que vuele sobre la tierra, sobre la faz de la expansión de los cielos”. Esta última parte se refiere a la creación de los ángeles. Y así también lo explica el Zohar.

Al día siguiente de haber sido creados, Dios le preguntó a ellos, ¿crearemos al hombre?, inmediatamente los ángeles se celaron del hombre y no quisieron que fuese creado, tal y como lo explica Pirké De Rabí Eliézer (Perek 17), y los ángeles dijeron “Ma Adam Vatedaehu… Adam le hebel Damá - Eterno, ¿qué es el hombre, para que le conozcas bien? ¿Qué es el hijo del hombre, para que Tú le aprecies bien?” (Tehilim 144:3).

Y por causa de esta envidia, los ángeles se dirigieron al Satán y le pidieron que mal influyera al hombre y le causara pecar. Y desgraciadamente hasta el día de hoy seguimos sufriendo las consecuencias de esa envidia.

En segundo plano, veremos la envidia que tuvo Javá. Cuando pecó y comió del fruto prohibido, se dio cuenta instantáneamente de su error. La pregunta que se hace es, entonces: ¿Por qué vino a darle de comer también a Adam? Pirké De Rabí Eliézer (Perek 13) y Rashí (Bereshit 3:6) explican que cuando Javà se dio cuenta del pecado que hizo, pensó que moriría. Y que en consecuencia Dios le crearía a Adam otra. Entonces decidió Javà que Adam también muriera, con tal de no ser reemplazada por otra mujer, y lo sedujo para que comiera él también.

Vemos hasta donde puede llegar la envidia, incluso entre marido y mujer.

Posteriormente hubo la envidia entre Cain y Hebel. El primer asesinato en el mundo fue causado por la envidia, ya que cuando Hebel trajo su ofrenda a Dios, después que Kain, Dios aceptó la de Hebel y no la de Kain. Otro de los motivos de envidia que tenía Kain para con su hermano Hebel, era que él había nacido con una gemela, sin embargo Hebel había nacido con dos. Y no solo eso sino que una de las gemelas que nacieron junto con Hebel era igual de bella que su madre Javà. Por lo tanto, optó por asesinarlo primero porque su ofrenda no había sido aceptada como la de su hermano, y segundo, porque quería quedarse con las mujeres de su hermano que eran más bellas que la suya. Incluso entre hermanos vemos cómo la envidia no los deja vivir, hasta el punto de ser capaz de asesinar uno al otro.

Entonces, la pregunta que todos nos hacemos es: ¿Cómo podremos controlar ese sentimiento de desear para nosotros mismos lo mejor que exista, lo que aparentemente nos parece normal? Cuando alguien tiene algo que el otro no tiene, automáticamente lo envidia, a pesar que la Torá escribió: No codiciarás y no desearás. ¿Cómo podremos sobreponernos ante tal situación?

La respuesta viene dada con un ejemplo. Había una vez un hombre que tenía envidia de su compañero que tenía unos lentes, cuya montura era bañada en oro puro, y las de él eran de un material sencillo. La diferencia está en que el lente de su compañero era número diez y la de él era número tres. ¿Qué pasaría si éste se pusiera los lentes de su compañero? Lógicamente se tropezará en cualquier momento y caerá, ya que esos lentes no son apropiados para sus ojos. Entonces, ¿qué es lo único que él envidia?: la montura. He aquí el error, nosotros siempre pensamos que se pueden separar los lentes de la montura, y no es así ya que eso viene unido y pegado, con la misma montura de oro puro.

Lo mismo nos ocurre a diario a nosotros con el resto de las cosas, cuando observamos que nuestro compañero tiene algo bueno debemos de entender que seguramente con eso bueno viene algo no tan bueno. Todos recibimos cosas de Dios buenas y no tan buenas. Por ejemplo, uno que es millonario, pero tiene miles de problemas. Bello o bella, pero divorciado o divorciada. Tiene un carro nuevo, pero amargado con su esposa. ¿Verdaderamente quisieras tener ese carro bonito, pero con problemas en casa? Lógicamente que no, ni siquiera el olor a carro nuevo quisieras.

Con esta nueva visión aprenderemos a alegrarnos con lo que Dios nos da, sin realmente llegar a sentir envidia por el otro.

Para culminar, voy a citarles una fábula. Una vez había una paloma volando por el cielo y vio a una guacamaya bellísima, llena de colores exóticos, grande, cantaba, hablaba y bailaba. Al ver esto, la paloma sintió envidia ya que ella no tenía colores, sino blanco y negro, que era pequeñita, que no hablaba ni cantaba. Al rato vino un cazador y atrapó a la guacamaya. Al ver esto, la paloma reaccionó y se arrepintió por lo que dijo, ya que si llegase a ser tan bonita como la guacamaya estuviese ahora mismo enjaulada por el resto de su vida. Agradeció a Dios que no la hizo guacamaya y la hizo paloma.

De igual forma debemos nosotros saber que no todo lo que brilla es oro, no todo lo bueno es realmente bueno. Dios te dio exactamente medido lo que es bueno para tí, para tu misión en esta vida. Tú necesitas lentes número tres y no diez, incluso que la montura del número diez sea de oro.

Por eso nosotros bendecimos a los novios en el día de su boda “Sameaj Tesamaj Reim Ahubim Kesamejaja Yetzirjá BeGan Eden – Con alegría se alegrarán compañeros amados, como los alegró su creador en Gan Eden”. Es decir que Dios alegre a los novios tal y como fueron felices Adam y Javà (antes del pecado), ya que no había de quién sentir envidia, para Adam su mujer Java era la más bella “en comparación con los monos que habían allá, Javá era la número “1”. El mejor esposo del mundo era Adam, la mejor casa del mundo era la de ellos. Porque cuando no hay de quien sentir envidia verdaderamente se llega a la felicidad.

“Que sea la voluntad de Dios que abra nuestros ojos, veamos lo bueno que nos ha dado y que sepamos valorar lo que tenemos. Que siempre nos alegremos con los nuestros. Amén”.

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