Había una vez un científico que descubrió el arte de reproducirse a sí mismo tan perfectamente que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción.
Un día se enteró de que lo andaba buscando el ángel de la muerte, y entonces hizo doce copias de sí mismo. El ángel no sabía como averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo.
Pero no por mucho tiempo, porque como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió un ingenioso truco. Regresó de nuevo y dijo: "Debe ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo. Sin embargo he descubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto ".
El científico pegó un salto y gritó: "¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?
"Justamente aquí", respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo.
Cierto rabino se puso a conversar con un profesor de biología al que conoció de casualidad en una estación de tren.
"Colega, lo envidio: ¡vinieron a verlo toda una multitud de admiradores y alumnos, en cambio a mis alumnos ni se les ocurre tratar a sus mayores y a sus maestros de modo tan respetuoso y considerado!", comentó el profesor.
"La culpa no la tiene usted ni sus alumnos, sino la materia que usted enseña."
"¿Qué tiene que ver esto con que yo enseñe la teoría de la evolución?"
"Su materia enseña que el hombre desciende del mono. Por eso los jóvenes, que nos menosprecian a los mayores, también lo ven a usted como el eslabón entre ellos y los primates. En cambio, mi materia de estudio sostiene que la historia de la humanidad se remonta al acto de la creación, de modo que mis alumnos también ven a los mayores en general y a mí en particular como el eslabón entre ellos y D's."
viernes, 5 de octubre de 2007
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