viernes, 30 de noviembre de 2007

Parasha Vayesheb

EL OJO ÉTICO
Por: Rab Amram Anidjar

Cuentan que una vez había un hombre que no cumplía nada, ni siquiera cumplía años, y una vez su esposa le dijo que fuera a la sinagoga a ver qué tal es, qué se hace, etc., ya que nunca había ido. Este hombre decidió ir un sábado por la mañana, y esa semana justamente el rabino de esa sinagoga empezó hablando de la Parashá VAYESHEB, cuando Yosef fue vendido por sus hermanos. Este hombre era muy sensible, y empezó a llorar en la mitad del discurso pronunciado por el rabino. Al llegar a la casa, la esposa le preguntó qué había pasado, y él le respondió que se enteró que esta semana diez hermanos habían agarrado a su hermano menor y lo lanzaron a un pozo, y como si fuera poco, luego lo vendieron como esclavo a unos desconocidos. Una tragedia. Le dijo que más nunca volvería a la sinagoga, porque allí uno se entera de las noticias del mundo y especialmente él, nunca enciende la televisión y no compra periódicos para no saber las noticias que tanto lo sensibilizan y lo entristecen. Al transcurrir un año, la esposa le dijo que fuera de nuevo a la sinagoga, pues a lo mejor ya habían cambiado el rabino, o ya habían cambiado el estilo de los discursos, ó a lo mejor ahora habría buenas noticias. Entonces el marido aceptó, y por mala suerte coincidió en la misma Parashá del año pasado que hablaba de la venta de Yosef. Al escuchar de nuevo las mismas palabras del rabino, que había dicho el año pasado, este hombre se levantó exaltado y dijo: A mí me parece que Yosef se lo merece. El rabino extrañado le preguntó: ¿y por qué se lo merece? Le respondió el hombre: ¡Porque el año pasado le hicieron lo mismo y él no aprendió la lección!

Ahora la pregunta es: ¿Quién realmente tuvo la culpa, Yosef o sus hermanos? En todas las parashiot anteriores hemos visto siempre el personaje bueno, el correcto y el justo. Y también el personaje malo, el aprovechador, el desviado. Por ejemplo, vimos a Adam y a la serpiente, Hebel y Kain, Noaj y su generación, Abraham y Nimrod, Itzjak e Yishmael, Yaakov y Esav, Yaakov y Labán, pero en nuestra Parashá surge la duda ¿quién es culpable, los hermanos, próximos fundadores de las tribus sagradas de Israel o Yosef Hatzadik?

Hagamos un recuento de la historia. Por un lado, Yosef le dijo a Yaakov cosas muy graves de sus hermanos. Los acusó de haber comido miembros desprendidos de animales vivos. De llamar a los hijos de la sirvientas, esclavos. De haber mantenido relaciones ilícitas.

Vemos que si todas estas acusaciones fueran correctas, se merecía un gran aplauso por haber ido a decírselas a su padre. Pero en el tratado de Peah del Talmud Jerosimilitano, está escrito que Dios castigó a Yosef rigurosamente, pagándole con la misma moneda. Como acusó a sus hermanos de comer animales vivos sin Shejitá, entonces la Torá nos dijo “Y degollaron halájicamente a un chivo”. Como acusó a sus hermanos de llamar “esclavos” a los hijos de las sirvientas, entonces fue vendido como esclavo. Como acuso a sus hermanos de mantener relaciones ilícitas, entonces Dios le mandó a la esposa de Potifar a que lo sedujera. Entonces, si vemos cómo Dios lo castigó por cada una de sus acusaciones, es porque Él no estaba de acuerdo con lo dicho por Yosef.

Y en el Pirké de Rabenu Hakadosh, dice que dos personas justas fueron castigadas por hablar mal, una fue Yaakov y otra Yosef. Yosef fue castigado con diez años de cárcel, por haber hablado mal de sus diez hermanos y luego se le agregaron dos años más, en total doce. Y Yaakov fue castigado veintidós años sin ver a su hijo Yosef. Vemos como tanto el que habla cómo el que escucha “Lashón Hará” es castigado por Dios.

Pero si todo lo que dijo Yosef a su padre era verdad, aparentemente es bueno que se lo dijera, para que así los educara bien. Entonces ¿por qué fueron castigados? Fueron castigados porque los dos se equivocaron, tanto Yosef al hablar mal de sus hermanos como Yaakov por creerle a Yosef todo lo que decía.

Sobre los espías que fueron a investigar la tierra prometida, está dicho que hablaron mal de ella, y aquellos que hablaron mal fueron castigados por Dios. Al igual que los espías se equivocaron, Yosef también se equivocó.

Ahora analicemos si todo lo que hicieron los hermanos a Yosef, fue lo correcto y lo justo. Lógicamente, estamos hablando que los hermanos actuaron según lo que nuestras leyes exigen y no que actuaron deliberadamente.

Según la ley, aquel que se rebela en contra del rey merece la pena de muerte, y como todos sabemos Yehudá era el rey de sus hermanos, y Yosef, en su sueño, soñó que inclusive Yehudá se prosternaría ante él, lo que implica una rebelión en contra del rey, y por eso se merece la muerte.

Segundo, existe una ley que se conoce como “Rodef – Perseguidor”, lo que significa que si alguien te persigue para matarte, tienes permiso para matarlo. En este caso, Yosef buscaba convertir a sus hermanos en malvados ante los ojos de Yaakov, provocando así la muerte espiritual de ellos. Como Abraham que tuvo a Yishmael y a Itzjak, o como Itzjak que tuvo a Esav y a Yaakov. Por eso, pensaron que Yosef se merecía la muerte, antes de ser ellos calificados, por su padre Yaakov, como muertos espirituales (malvados).

El tercer aspecto que tomaron en cuenta para determinar que Yosef fuera muerto, lo explica el Or Hajayim. Existe una ley que habla del testigo falso, a quien se le castiga con el mismo castigo que él quiso propiciar a otro, a través de su falso testimonio. Es decir que si dos personas atestiguan que Fulano asesinó a Mengano, provocando así la pena de muerte de Fulano, y, de repente, estos dos testigos iniciales fueron desmentidos por otra pareja de testigos, entonces a esa primera pareja se la condena a la muerte y dejan absuelto a Fulano. En nuestro caso, Yosef acusó a sus hermanos de comer carne de animales vivos, lo que implicaba la muerte, ya que para la época, previo a la entrega de la Torá, todo aquel que comiera carne de un animal vivo, estaba condenado a morir.

Entonces, una vez que estudiaron todos estos aspectos legales, se reunieron los hermanos y juntos llegaron a la conclusión de que Yosef merecía la muerte y si no, por lo menos merecía ser desterrado.

¿Quién tuvo la razón?

Nuestros sabios nos enseñan que una persona no ve sus propios defectos, es decir que si a un Cohén le vino la lepra, él tiene que llamar a otro Cohén para que lo purifique, ya que él mismo no se puede autopurificar. Porque la persona, muchas veces, es el juez de sí mismo y cuando le conviene determina que algo prohibido es permitido o algo permitido determina que es prohibido, todo según sus intereses personales.

Existe en la Torá una frase que se repite dos veces en todo su contenido, lo que implica que existe una estrecha relación entre ambos temas. Como dijimos anteriormente, tanto en esta Parashá como en la Parashá de los espías encontramos la misma frase que dice: “Veotsihu et Dibatam Raa – Y dieron una mala opinión”, lo que implica que tanto Yosef como los espías que fueron a investigar la tierra prometida, actuaron mal.

Y aquí también surge la pregunta: ¿Cómo es posible que estas personas tan justas como lo eran los príncipes de cada tribu, que fueron a investigar la tierra prometida, hayan mentido y hablado mal de la tierra de Israel? Y no solo eso, sino que provocaron que Am Israel, estuviera dando vueltas por el desierto durante cuarenta años.

La respuesta es que realmente no mintieron, sino que contaron lo que sus ojos vieron y lo que sus oídos escucharon, porque ellos ya sabían la orden que le había dado Dios a Moshé, que previamente a la entrada en la tierra prometida, se debería nombrar nuevos príncipes en cada tribu, por lo tanto al conocer esa orden y que sus intereses serían afectados, vieron y escucharon lo que verdaderamente les interesó escuchar.

Así también ocurrió con Yosef. Como existía mucha envidia entre ellos, tal y como está escrito “Vayikanú Bo Ejav – Y lo envidiaron sus hermanos”, entonces Yosef veía lo que le interesaba ver y escuchaba lo que le interesaba escuchar y lo interpretaba todo como un pecado, una trasgresión o prohibición.

Por ejemplo, él los acusó de comer carne que no fue matada según nuestras costumbres. Pero Yosef desconocía que ese animal que mataron sin Shejitá, era un animal que había nacido de una vaca que había sido matada, previamente a su nacimiento, con Shejitá. Por lo que no requería Shejitá alguna. O según lo explica el Rabí Jayim Yosef David Azulay, que era un corderito que habían creado sus hermanos usando capacidades místicas, y por lo tanto no requería Shejitá.

Cuando se odia a alguien o se le tiene envidia, por más que se intenta, no se le logra juzgar para bien, sino que por el contrario se le acusa, se le señala y se habla mal de él.

Así les ocurrió también a los hermanos de Yosef, que se equivocaron en sus argumentos. Primero, porque Yehudá todavía no había sido proclamado como el rey de Israel, y por lo tanto no se le podía condenar a muerte. Segundo, que cuando alguien te persigue para “matarte espiritualmente” no hay ningún permiso para matarlo físicamente. Tercero, que no se le puede juzgar como un testigo falso, porque él no asistió a ninguna corte (Bet Din). Entonces ¿por qué pensaron así los hermanos? La respuesta es porque quisieron pensar así.

Debemos aprender para nuestras vidas, que muchas veces pensamos o actuamos en función de nuestros intereses personales y por eso nos equivocamos. Por ejemplo, cuando nos dicen algo negativo de alguien a quien apreciamos, inmediatamente tratamos de justificarlo y defenderlo para cuidar su imagen. Igualmente ocurre cuando nos cuentan algo positivo de alguien que no es muy apreciado por nosotros. Automáticamente empezamos a opacar esa buena acción que hizo, destacando todas sus malas cualidades.

¿Y por qué esto es así? No porque estamos mintiendo, sino porque verdaderamente sentimos que eso es lo correcto. Porque como nuestro ojo ético lo juzga de esa forma, entonces también nuestros propios ojos también lo juzgan así.

Por eso debemos siempre juzgar a todos para bien, y no dejar que nuestros intereses nos desvíen de la verdad.

“Que sea la voluntad de Dios que siempre juzguemos a los demás para bien, y que siempre seamos juzgados para bien. Amén.”

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