domingo, 29 de julio de 2007

Parasha Vaetjanan

AMARÁS AL ETERNO
por: Rab Amran Anidjar

En nuestra Parashá aparece uno de los versículos más famosos de la Torá. “Shemá Israel Hashem Elokenu Hashem Ejad, Veahabtá Et Hashem Elokeja… – Escucha Oh Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno es Uno. Y Amarás al Eterno tu Dios…”.

Este versículo nos acompaña toda la vida, desde el Brit Milá, hasta que la persona se va de este mundo. El primero que lo pronuncia es el padre del recién nacido, en voz alta antes de proceder con la circuncisión. Cuando crece, lo primero que se les enseña, tanto a los niños como a las niñas, es este versículo. Durante todos los días de nuestra vida lo decimos un par de veces, una en la mañana y otra en la noche, además de la que decimos antes de irnos a dormir. En los tefilín de la cabeza y del brazo, que nos ponemos todos los días, también viene escrito dentro de ellos toda la Shemá. Cuando nos casamos, que construimos nuestro hogar, lo primero que hacemos es poner, en todos los marcos de puerta de la casa, una Mezuzá, en la que también está escrita la Shemá. En los últimos instantes de vida (mejorado los 120 años para todos), estamos pronunciando nuevamente este versículo, para entregar nuestra alma al Creador. “Shemá Israel Hashem Elokenu Hashem Ejad”.

¿Qué es lo que tiene este versículo de especial? Es sabido que hay varios tipos de amor. Amor al hombre, a sí mismo, a la esposa, a los hijos, a los padres, a los amigos, a su país de nacimiento, a la patria, al dinero, etc.

A lo largo de la vida, la persona se enfrenta a la pregunta: ¿Qué es más importante, este amor o el otro? La respuesta depende de la decisión de la persona. A veces, la persona se encuentra en situaciones en las que le dicen que escoja entre la vida o el dinero. Otro ejemplo, puede ser cuando la madre le pide a su hijo pasar las fiestas, juntos y la esposa se niega. Como estos, existen otros ejemplos más en los que la persona debe de decidir, qué amor es más importante.

El pueblo judío tiene otro amor que es el amor a Dios, “Veahabtá Et Hashem Elokeja - Y Amarás al Eterno tu Dios…”. Este tipo de amor, como lo escribe el Pele Yoetz, es el más elevado que pueda existir en el mundo.

A lo largo de las generaciones, Am Israel se ha enfrentado a situaciones en las que lo ponen a prueba, para chequear, si el amor a Dios verdaderamente está en la cúspide de la pirámide, o no.

¿Cuántas veces en el pasado los goyim nos pusieron frente estatuas de idolatría para prosternarnos ante ellas o ante cruces? Incluso nos han preguntado: ¿Qué es más importante tu vida o tu Dios? Todos conocemos cuántos judíos valientes han pasado la prueba, frente a los malvados santificaron el nombre de Dios en la Tierra, demostrando así que el amor a Dios está por encima de todas las cosas.

En el tratado de Guitín (53b) del Talmud, se relata la historia de Janá y sus siete hijos. El rey tomó a los siete hijos de Janá, le dijo al primero que renegara de Dios y este le respondió que la Torá ordenó, en el primer mandamiento, creer en Dios, por lo tanto hizo caso omiso de la orden del rey y este lo mató. Le dijo al segundo que debería creer en dos dioses, porque si no lo mataría; le respondió con el segundo mandamiento, No tendrás otros dioses. Entonces lo mató. Al tercero le dijo que continuara creyendo en Dios, pero que sacrificara un animal a su dios, el niño le respondió que aquel que ofrezca sacrificios a otros dioses será excomulgado, por eso no lo hizo y también lo mató. Le dijo al tercero que siga creyendo en Dios, pero que se prosternara ante su estatua, le respondió que está prohibido prosternarse a otro dios, lo mató. Al quinto hijo le dijo, que por lo menos, aceptara que Dios tiene las mismas fuerzas que sus dioses, le respondió: “Shemá Israel Hashem Elokenu Hashem Ejad – Escucha Oh Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno es Uno”, solo hay uno poderoso, por eso lo mató. Al sexto le dijo, que por lo menos, creyera que sus dioses son un puente para unirlo con Dios, este le respondió que no hay otro que no sea Dios, lo mató. Al séptimo le dijo que aceptara que Dios es el verdadero, pero que por lo menos, dejó de estar junto a Am Israel y ahora el pueblo elegido eran los goyim, el niño menor también se negó a aceptarlo, ya que está escrito que Dios diariamente renueva su pacto. El rey le pidió a este niño que por favor no lo avergonzara delante de sus ministros, ya había matado a sus seis hermanos y todavía no había conseguido que ninguno aceptara sus planes, para eso le propuso que le lanzaría su anillo al piso para que se viera como que se prosterna ante la estatua, también para eso se negó. Entonces Janá, antes de que mataran a su séptimo hijo, le pidió a su hijo que cuando llegue frente a Dios que le dijera: “Abraham Abinu demostró su amor a Dios, a través de una prueba muy difícil, sacrificar a su único hijo, pero este finalmente no fue matado. Sin embargo, ella junto a sus hijos tuvieron que ponerse a prueba y sí fueron matados, demostrando así que el amor de todos ellos hacia Dios era mucho mayor que el de los demás.

Desde entonces hasta hoy en día, nos hemos preguntado si el amor a Dios que sentimos está por encima de todo o no.

El Ben Ish Jai escribió en su libro, una historia que dice así: había una vez, un judío muy pobre que vivía de la caridad. Este judío, recibió una oferta de un cura, que le dijo que si se convertía al cristianismo le daría un sueldo muy bueno, con el que podría vivir cómodo, sin ningún tipo de apuro. El judío le preguntó: ¿En qué consistía ser cristiano? El cura le explicó que lo único que tenía que hacer era, no comer carne en semana santa. El judío le preguntó: ¿Entonces cómo me hago cristiano? El cura le dijo que le echaría encima de su cabeza agua bendita, decía unas palabras y así se hacia cristiano. El judío aceptó, el cura le echo su agua bendita y le dijo: No eres judío, eres cristiano. No eres judío, eres cristiano… El cura para chequear al judío, que tanta plata había recibido de la Iglesia, fue a su casa en semana santa a ver si estaba cumpliendo con el trato. Cuando entró de sorpresa a la casa, vio que el judío estaba comiendo un trozo de carne muy gustoso. En ese momento el cura se molestó, le empezó a insultar y a gritar, pero el judío no entendía por qué le gritaba, y le explicó al cura que eso no era carne. El cura le preguntó ¿Cómo que no es carne, si lo estoy viendo? El judío le dijo que antes de sentarse a comer le echó agua bendita a la carne y le dijo: Tú no eres carne, eres pescado. No eres carne, eres pescado…

Hoy en día, gracias a Dios, no existe la amenaza, que nos obliguen a renegar de nuestra religión para continuar viviendo. Pero, sí existen otras situaciones, en las que el amor a Dios queda en cuestión. Por ejemplo, con el dinero, nos preguntamos: ¿Qué preferimos, rezar en las mañanas Shajrit o abrir más temprano la tienda? ¿Rezar Minjá o cerrar más tarde la tienda? ¿Cerrar el negocio en Shabat o trabajar un día más a la semana? ¿Cuidarnos de robar, mentir, no pagar a tiempo o ganar dinero a como de lugar? ¿Comprar tefilín, mezuzot, libros de Torá o guardar el dinero en el banco?

También con las pasiones y deseos estamos a prueba, si preferimos eso o el amor a Dios. Por ejemplo, si a alguien le gusta la comida china, pero no es Kasher, ¿a quién queremos más a los chinos o a Dios? Si a alguien le gusta ir a la playa los sábados, pero Dios lo prohibió, ¿Qué es más importante, mi disfrute o la voluntad de Dios? Si a una mujer le gusta vestirse a la moda, sin recato, pero Dios le prohibió a ella ir descotada, ¿Qué es más importante la comodidad de ella o la orden de Dios?

Las relaciones prohibidas son otra amenaza, que nos pone a prueba nuestro amor a Dios. Cuando la persona tiene la tentación de ir con su esposa en periodos de impureza o mantener relaciones extramatrimoniales, debe pensar ¿a quién ama más, a Dios, amor eterno, o a…, amor temporal? Todo esto es sin hablar de los que se casan con goyá, o judías con goyim, que desprecian a Dios por el goy o repugnan a esa cadena milenaria judía por una goyá, cosas por la que nuestros antepasados dieron sus vidas, en el pasado.

El rey Salomón en el Cantar de los Cantares describió el amor del pueblo judío por Dios, lo asemejó al amor de un hombre por su mujer, al igual que la mujer haría lo que fuera por el bienestar de su marido o el marido por el bienestar de su esposa, así también haríamos nosotros lo que fuera por el amor que sentimos por Dios. Cuando la esposa le dice al marido que está un poquito gordo, que haga dieta, si el marido la ama, seguramente lo hará. Al igual que si el marido le insinúa a su esposa que está un poquito “circular”, con amor, la mujer estaría dispuesta a hacerlo por él. También cuando la mujer llama a su marido a las cuatro de la mañana, que necesita hablar con él algo muy importante, si el marido la ama, saldrá disparado como un misil para ayudar a su esposa. Así es también con nosotros, cuando Dios nos pide que no comamos ciertos productos, si verdaderamente lo amamos, no comeremos ese producto y si, en verdad, amamos a Dios el despertar en las mañanas para ir a rezar es mucho más fácil. Cuando amamos otras cosas, dejamos a Dios de segundo o tercer nivel.

Que sea la voluntad de Dios que el amor que le tengamos, siempre esté por encima de todas las demás cosas, para que pronto se revele, a los ojos de los demás pueblos, el amor que siente Él por su pueblo escogido y bendito. Amén.

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