miércoles, 9 de enero de 2008

Parasha Bo

TU HIJO NO ES EL FARAON
(y tú no eres D”s)

por Rav Daniel Oppenheimer

Tú estás leyendo la Torá. Una vieja historia. La de las 10 plagas de Egipto. Al final, el Faraón dio su brazo a torcer. Dejó salir al pueblo de Israel. ¿Conclusión? Es cuestión de aplicar suficiente presión... y la cosa va a caminar.

Tu hijo es desobediente. ¿No será el momento de probar la fórmula? Ahí van los castigos: “no te compro el coche”, “no puedes mirar tele” (¡¿no será eso una recompensa?!...), “no puedes salir con tus amigos”, “te vas a tu habitación”, amenazas: “cuando venga papá vas a ver”, gritos, bronca, una paliza, muchas palizas, palizas que duelen, palizas que duelen mucho, palizas diarias, vergüenza delante de otros, ignorarlo, alejarse mutuamente.

¿Exagero? No creo. Debe ser más corriente de lo que la gente reconoce. Los castigos corporales y de otra índole son moneda corriente en muchas sociedades. Muchas personas creen que es positivo, útil y correcto (“a golpes se hacen los hombres”, “ de algún modo tiene que aprender que...”).

¿Qué dice la Torá al respecto? Si bien en las líneas que siguen no me detendré a citar todos los pasajes de la Torá y de los Sabios, las ideas vertidas corresponden a los libros de educación para padres escritos por personalidades que están inmersas en el estudio de la Torá, o libros que gozan de la aprobación de famosos rabinos expertos en temas educativos. Recomiendo que antes de leer este fascículo, Ud. lea el Ajdut anterior (“Vínculos”). Allí tratamos los temas de la firmeza en las convicciones, el afecto para con los hijos y la tranquilidad necesaria para transmitir enseñanzas. En lo que sigue, reflexionaremos juntos acerca de los premios y castigos.

Sin embargo, antes de proseguir, vuelvo sobre el título: Nuestros hijos no son el Faraón, y, por lo tanto, carece del más mínimo deseo o conocimiento para pecar adrede. Tampoco nosotros somos D”s, y no conocemos siquiera someramente las intenciones y motivaciones íntimas de los hijos al desobedecer. No amamos a nuestros hijos como D”s ama a los seres humanos, hasta a los peores. Frecuentemente, aquello que observamos y consideramos objetable en el proceder de nuestros hijos, no es más que la copia del ejemplo que nosotros, los progenitores, les hemos dado...

Algunas palabras acerca de los premios: ¿hay que premiar? ¿por qué? ¿qué dar como premio? ¿es proporcional a la acción que lo genera? El premio es un incentivo a obrar correctamente. Todos queremos que se reconozca si hemos obrado bien. Es humano. Si estamos lo suficientemente motivados, es muy posible que seamos capaces de hacer mucho más de lo que en la actualidad estamos haciendo. La clase de premios educa, o malcría. Depende de qué se elige como recompensa. La adquisición e incremento de bienes materiales, nunca fue considerado una virtud en el judaísmo, sino una necesidad. ¿Qué estamos transmitiendo al premiar? ¿cuál es el mensaje que prevalece? ¿piensa el niño: “debo hacer cosas buenas para que mi papá me compre lo que le pedí”? ¿es la obediencia la herramienta para obtener rédito material? ¿o es el premio un simple agregado al placer de la demostración de aprobación por parte del padre? ¿seguirá obrando correctamente, si se lo deja de premiar con recompensas materiales?

Aun cuando no es recomendable que los premios se conviertan en una suerte de adicción o inductor para la buena conducta, en la mayoría de los casos siguen siendo preferibles a castigos injustos o exagerados.

A tal fin, es apropiado formularse las siguientes preguntas antes de cometer una injusticia con los hijos.

El “Saba” R. Simjá Zisel sz”l de Kelm, tenía un sombrero especial que se lo ponía cuando debía enojarse con una persona. El enojo no le salía en forma espontánea. Debía primero pensarlo, y, si correspondía, ir hasta el ropero a ponerse el sombrero indicado. Nosotros no somos R. Simjá Zisel. Bien haríamos, sin embargo, si tuviésemos cierto control sobre nuestras actitudes.

¿Se entendieron correctamente las consignas que creemos que han sido desobedecidas? ¿estamos tan seguros de que existe una brecha entre lo que suponemos que él entiende y lo que alcanza a razonar de verdad de acuerdo a su edad y mentalidad? ¿es el reclamo equilibrado y proporcional a lo que se puede esperar de él por el entorno, su nivel intelectual y madurativo?
¿Se le advirtió progresivamente y de modo afable acerca de las consecuencias de sus actos?
¿Lo evaluamos son los hechos o solo presunciones?
¿Elegimos el momento y el lugar adecuado? ¿No estamos reaccionando por impulso?
¿Preparamos el terreno emocional del hijo? ¿le decimos también cosas agradables y favorables cuando se lo merece, o solamente nos acordamos de acotar y castigar en alusión a sus errores?
¿Va a ser útil el castigo? ¿Lo consultamos con idóneos en la materia? ¿No hay otra opción menos agresiva o dolorosa?
¿Habrán efectos secundarios inmediatos o a largo plazo? ¿Cuáles? ¿Estamos dispuestos a asumirlos? ¿Sabemos cómo manejarlos?
¿Nos duele la necesidad de tener que castigar?

En relación a la actitud que deben tomar los padres con sus hijos, el Talmud (Sotá 47) nos enseña que: “como regla, la mano izquierda debe alejar y la mano derecha acercar”. Figurativamente, las “manos” son las posturas ante los hijos. La mano derecha se considera como la más fuerte. Entre la disposición de tomar distancia y mostrar un semblante más severo, que en ciertas situaciones es lo que se necesita, y la de acercarse manifiestamente con calidez, la segunda “mano” debe prevalecer. Es más: La fuerza y el efecto educativo del “alejamiento” y la seriedad dependen directamente del afecto que se demuestra en trato corriente. En la medida en que diariamente se acerca al hijo con alegría y amor, la excepción - que en este caso serían las facciones severas - podrá verse en su dimensión correcta: “mi papá me ama, pero ahora parece que me porté mal”. Si, por lo contrario, la disposición habitual fuese seca y agria, no se puede hablar de un canal de transmisión y de enseñanzas, ni tampoco tendría efecto una leve demostración de aflicción y desagrado por parte del padre.

El Rav Wolbe shlit”a en su libro “Aléi Shur” vierte un pensamiento interesante y fuerte que no es fácil de digerir, pero que una vez asimilada, será de gran utilidad en la auto-reflexión de los padres y, en última instancia, redundará en un mejor trato hacia los hijos: “y hay en la educación otro tema, que está vinculado con los propios padres... respecto a que una autoridad no debe imponer un temor excesivo sobre la comunidad. Sobre esto explica el libro ‘Sha’aréi Teshuvá’ de Rabenu Ioná (una importante autoridad de la Edad Media) que esto se aplica a su vez al autoritarismo dentro del propio hogar. ¡Qué frecuente ocurre esto en particular en relación a los hijos! En el momento en que el hijo desobedece, inmediatamente el padre se siente ofendido en su dignidad y procede a ‘castigar’ al rebelde. Sin embargo, esto no es un castigo [destinado a eliminar lo que está mal], sino una venganza”.

Como dije anteriormente: es un concepto difícil de digerir. La sola noción que un padre se esté vengando de su hijo. No somos D”s, y, por lo tanto, no podemos hablar de educación y menos de castigo de manera totalmente objetiva.

D”s sabe exactamente lo que cada persona conoce y puede. No actúa por presunciones, sino por los hechos. Nunca exige más de lo que está en la capacidad de cualquier ser humano.

D”s no deja de advertir a los hombres para que corrijan lo que está mal y evita el castigo hasta que no Le dejamos otra opción.

D”s “ilumina Su rostro” hacia las personas dándoles diariamente su alimento, sustento y la vida y “se oculta” detrás de fenómenos “naturales” mordaces como señal de desaprobación.

A D”s le “duele” cuando castiga. En particular, cuando los judíos nos desviamos de la senda correcta camino y recibimos “palizas”, allí, en los aprietos más ásperos, está D”s con nosotros.

Nosotros no somos D”s. Podemos equivocarnos. Pero sí. Fuimos creados a imagen Divina. Esto significa que podemos aproximarnos a la objetividad y actuar, aun en momentos espinosos de desobediencia de nuestros hijos, con aquellas cualidades que enseña la Torá. “Las palabras de los Sabios orientan a la persona en los senderos de D”s” (Pesikta Rabatí 3). Podemos aprender de Él y emularlo. Y sí. Nuestros hijos tampoco son, ni quieren ser malos, como el Faraón.

No hay comentarios.: