POR
Samuel Akinin
Albores del siglo diez y ocho, Rusia. Los progroms se realizan cumpliendo sus objetivos. El pueblo judío es exterminado y diezmado. Sus sobrevivientes obligados a huir a otros países, a otras latitudes. De mis antepasados sólo dos hermanos lograron salvarse, eran menores y había quedado huérfanos. Los que sobrevivieron tenían que protegerse primero a si mismos y luego a los suyos. Nadie se podía ocupar de ellos.
Los dos hermanos se ayudaban el uno al otro. Realizaron hazañas que muchos mayores ni siquiera se hubieran atrevido. El no riesgo a perder algo, los envalentonó a seguir adelante. Su meta era escaparse de Rusia. Su punto más cercano y un poco más tolerante con respecto a los judíos, Polonia, hacia allá, enfilaron sus botas. La travesía fue larga, pero el premio justificó sus esfuerzos. Luego de llegar a Polonia les son presentados al Sr. Jägermann, el hombre más rico del pueblo. Este al escuchar su odisea, se encariña con los chicos, los lleva a su casa y los adopta, les da su apellido. El Sr. Jägermann, no tenía hijos varones, pero tenía dos preciosas hijas. Con su buen olfato, había decidido ver en un futuro a sus hijas casadas con estos dos muchachos. En un solo día, sin darse cuenta logró cumplir con sus deseos más fervientes; primero el tener hijos varones, ese día tuvo dos, luego el casar a sus hijas con dos hombres conocidos y valientes.
Así comienza la historia de mi familia. Pasado un par de siglos, los descendientes de estos hermanos que se había radicado en Polonia, sin la necesidad de mudarse se encuentran en Rumania. Las guerras cambiaban fronteras, separaban pueblos y obligaban separaciones entre las mismas familias. Contar desde ese momento toda la historia de mi familia llevaría todo un libro. Respetando el espacio que se me dio creo que debo de recomenzar con mis abuelos paternos; Jacob y Mariam, luego los maternos; Chune, mi abuela Taube. Mis padres; Schama y mi madre Dora. Fuimos tres hermanos varones nacidos en Costesti : Joseph Jägermann Kohn, en el año de 1.923. Mi querido e inolvidable hermano Salo, nacido en 1.932. y yo, Willy, nacido en el año 1.927.
Mi padre, era Administrador graduado en la Universidad. Se ocupaba de su empresa de madera, exportaba sus productos en el mercado internacional. Además era socio en otra empresa con el Sr. Fishel Karpel. Como terratenientes, ambos explotaban la agricultura. Esta sociedad duró hasta comenzada la Segunda Guerra Mundial, cuando llegaron los rusos y expropiaron sus bienes, aunque con los descendientes de los Karpel, seguimos unidos en estos lares por lazos familiares.
Mi madre, era maestra en el único colegio público de Costesti. Su amor por los niños la hacían sentir realizada cuando se veía rodeada por ellos en el colegio. En el año de 1.938 le llegó su pensión, fue el mismo año en que nos mudamos a Cernâuti (Chernovich). Varios de mis tíos habían emigrado para no pelear dentro del ejército Rumano. Mi tío Max y mi tío David fueron unos de los que no quisieron quedarse. Los judíos por ser minoría, no eran bien vistos; los acosaban, los maltrataban por el simple hecho de no dominar el rumano. Por sus defectos en la pronunciación eran golpeados, tanto que a veces regresaban en malas condiciones. Menciono a gente, digo sus nombres, pasan los nombres y sin querer olvidamos la importancia de ellos en nuestras vidas. Mi tío Max quién falleció en 1.965, hizo todo lo que pudo por sacarnos de Rumania, en 1.946 nos mandó un affidávit (Permiso de inmigración para los Estados Unidos), en su época avaló con todas sus pertenencias, para garantizar nuestra estadía. Mi tío David fue una especie de San Nicolás, siempre pendiente de nosotros. Con igual corazón, con la misma vehemencia y con un don muy especial debo poner en el sitial de honor a mi tío Abraham Mote Kohn, quién se portó con nosotros como un verdadero padre. Muchos merecen ser nombrados por su buen corazón, su afecto y preocupación por nosotros antes, durante y después de la guerra, pero voy a seguir contándoles los episodios que aún recuerdo de nuestra vida.
Mi hermano mayor muere en el año 31. Una fuerte gripe lo ataca y la tos poco a poco lo acaba. El hermano que se ocupaba de jugar conmigo, ya no está. Mi mundo se reduce, perdí a mi primer maestro. Los siquiatras dicen que es difícil reconocer una pérdida a tan corta edad, pero de la noche a la mañana, recuerdo, yo sufrí la suya.
Mi niñez la pasamos en un pueblito llamado Costesti. Vivían mis abuelos en una de las casas más grandes y bellas. Mis tíos: Moses Mülhlstein casado con mi tía Pessie, eran nuestros vecinos. Mi tío Moses era un hombre rico y culto, la gente disfrutaba cuando hablaba, él parecía un libro abierto, vivía a un kilómetro de nuestra casa, tenía tres hijas, muy bellas, la mayor de ellas tenía mi misma edad, poseían vacas, caballos y otros animales de granja. Visitar a mis primas era sumamente emocionante. Me encantaba jugar con los animales. Mis primas las Bernstein vivían frente a nuestra casa. Mis abuelos a escasos metros, en la misma acera, pegados a la casa de mi mejor amigo de la infancia Samy Schechter. Un poco más abajo estaba la sinagoga, a 50 metros de ella, la Mikve (baños costumbristas religiosos, donde nos bañábamos los viernes antes de ir al rezo. Había un cuarto para hombres y otro para mujeres) al doblar la calle vivía el hermano de mi abuela Miriam.
Mi pueblo era muy pintoresco. Tenía, una iglesia, un colegio y una sinagoga, que durante la semana era usada como Jeder (escuela de hebreo), una carnicería Kasher (comida supervisada por un religioso), contábamos con un Shojet (Matarife especializado en el sacrificio sin dolor de los animales), pero no contábamos con un cementerio judío, el más próximo quedaba a 30 kilómetros de Costesti, en la ciudad de Stanesti. Un cementerio era utilizado por varios pueblos cercanos. La mayoría de los judíos vivíamos en la calle principal, cada uno tenía en su misma casa su negocio. Eran de todas clases, desde una venta de víveres, a una distribución de alcohol, o un restaurante. Muchos se ocupaban de trabajar la tierra. Otros negociaban con frutas y hortalizas. Como en la mayoría de los pueblos pequeños, los judíos de mi pueblo, estábamos emparentados. La población total de Costesti era de 2.800 personas, de las cuales 269 éramos judíos, los demás eran cristianos ortodoxos, hablaban ruteno, un dialecto ruso.
Las casas de mi pueblo tenían todas sus fachadas blancas, su gente se ocupaban de blanquear con cal, por lo menos una vez al año. Era un pueblo muy limpio y ordenado. El cartero cada vez que visitaba a alguien para entregarle una carta, era recibido con afecto y por supuesto con una charla, un pedazo de bizcocho y el tradicional vino casero.
La llegada del viernes por la tarde hacia cambios importantes en el pueblo, se matizaban los colores blanco y negro. El blanco de las fachadas de las casas con el negro con que se vestían los judíos para asistir al rezo; tanto el viernes por la tarde, como el sábado. Recuerdo a mi abuelita con que afán se ocupaba de la limpieza de su casa el día viernes y de la preparación de los panes blancos. Ese día era algo especial, los judíos salían rumbo a la sinagoga, con sus pulcras galas negras y sus sombreros tradicionales de piel, acompañados de sus hijos varones y nietos. Sus negocios estaban cerrados tanto el viernes por la tarde como el día sábado. Los viernes y días de pascuas los pasábamos en casa de mis abuelos. Mi abuelo aprovechaba para examinar mis avances en los conocimientos de guemará. Yo disfrutaba al verlo complacido con mis adelantos, se le veía sumamente orgulloso.
En esos días festivos, era muy fácil reconocer las casas de los judíos, aunque no llegaba la luz eléctrica a nuestro pueblo, los viernes por la noche, todas las casas de los judíos permanecían iluminadas con velas hasta altas horas de la noche, las demás no. Nosotros tenemos la costumbre de no apagar las velas luego de encendidas. Para mi era todo un espectáculo que veía desde mi casa. El Shabat (séptimo día de la semana, día de descanso) era un día sumamente respetado por nosotros. Era el día que mi padre regresaba de la capital, de Chernivtsi, donde tenía su oficina y a su socio, él solía irse los domingos y regresaba los viernes.
Recuerdos de mi infancia, recuerdos de mi gente, recuerdos que me hacen reflexionar. Recuerdos que no me permiten ver justificativos, recuerdos tristes, muy tristes de mis antepasados muertos.
Cosas curiosas pasaban en mi pueblo, los judíos no trabajaban ni el viernes en la tarde ni el sábado, los demás seguían con su vida normal, para ellos eso era algo que no podían entender; ¿cómo ese día se mezclaban los ricos con los pobres?, ¿cómo ese día no se notaba la diferencia en la vestimenta de los unos con los otros?, ¿cómo esa gente se tuteaba sin importar el rango?, ¿cómo hacían los judíos para no trabajar ni viernes ni sábado? y a su vez se preguntaban ¿por qué los judíos trabajaban el día domingo cuando ellos no lo hacían?.
Es el año de 1.934, mi abuelito Jacob, tiene varios días enfermo, mi padre durante toda esa semana no había ido a su trabajo, sentíamos mucha preocupación, mi madre me hizo bañar y vestir como si fuera Shabat, no podía entender lo que pasaba. Al amanecer de ese día mi abuelo le había dicho a mi padre que ese día fallecería, le pidió que me llevara por que se quería despedir de mí, y mandó a llamar a diez de sus mejores amigos, entre ellos al Sr. Tauv. Hoy al revivir ese triste episodio de mi vida logro entender lo que hizo, se estaba garantizando un miniam (10 personas hombres, mínimo de hombres para poder ejecutar los rezos. Costumbre desde la época de nuestro patriarca Abraham cuando negociando con Dios para que no destruyera Sodoma, Dios aceptó que de haber 10 hombres justos en toda la ciudad, no la destruiría). Durante los siete días que duró su enfermedad, mi abuelo se había instalado fuera de su dormitorio. Había puesto una cama en la sala. Me parece estarla viendo en estos momentos. La casa del abuelo era muy grande, tenía en la parte del patio otras pequeñas construcciones para guardar a las mulas, a las gallinas, a los pavos y un granero muy grande. En la parte que daba a la calle estaba la entrada principal, a mano izquierda había dos grandes dormitorios, el primero era el de mis abuelos y el segundo no se utilizaba, pero en una época lo usaron mis padres recién casados mientras terminaban la construcción de nuestra casa. Luego el gran salón comedor y cocina todo en uno, con una cocina de leña similar a las usadas en las pizzerías pero toda blanca y con el techo en vez de curvo, plano. La muchacha de servicio lo usaba como cama a veces en el invierno, aprovechando el calor que aún mantenía. Quizás por esto, o por la vista que se lograba desde ese cuarto, fue lo que hizo a mi abuelo mudarse a última hora del dormitorio, no quería perderse de los acontecimientos que pasaban en la calle o tal vez necesitaba un poco más de calor, calor de familia.
Cuando llegué a casa del abuelo, ésta estaba llena de gentes, los hombres estaban sentados alrededor de su cama, supongo, que les agradecía lo que en algún momento le hubieran hecho y creo que también les daba instrucciones de lo que deberían de hacer después de su muerte. Por primera vez en mi vida sentí temor al entrar en su casa, con pasos muy lentos, como si no quisiera molestarlo, entré, me llamó: "Vélvale (así solía llamarme cariñosamente) ven conmigo", me besó en la frente, me dio su bendición, me sentí triste, supe que algo grave pasaba. Así fue, mi abuelo murió ese día, tal como lo había predicho. Sus amigos lo sacaron de la casa en hombros y así se lo llevaron. Al abuelo lo enterraron en el cementerio de Stanesti.
Gentes que se van, gentes que no vuelven, sólo los recuerdos acompañan el vacío que nos dejan.
Recuerdo que tenía nueve años, había pasado pocas semanas después de haberlos cumplido, por primera vez en mi vida capto imágenes y grabo sonidos en contra de mi pueblo y me impresiono. Mi casa como dije anteriormente, estaba en la calle principal del pueblo, vivíamos frente al parque y a la alcaldía. Mi entretenimiento después de haber salido de mis clases de rumano y luego en la tarde, de mis clases de hebreo en el Jeder, era ver a través de mi ventana, mis fantasías se había forjado en su gran mayoría en esa fuente de inspiración. Al lado de la casa municipal estaba el centro del partido Cuzista, ellos promovían el fascismo y el anti-judaísmo, los oí gritar como locos: ¡judíos! ¡jid!, lo decían de una manera despectiva, aunque en ese momento sólo eran algunos nazis, me asusté.
Los judíos que vivían en mi pueblo, eran una unidad completamente cerrada, ellos no hablaban de persecuciones, pero la gran mayoría venían de Rusia, de los progroms. Recuerdo que mis abuelos en la misma Rumania, hablaban idish y no rumano. Aunque no vivieron de su pasado, muy pronto les tocó comenzar a sufrir por su presente.
Recuerdos de mi infancia, recuerdos de mi gente . De los judíos que vivíamos en mi pueblo, hoy sólo sobrevivimos dos personas; mi amigo Sholomo (Samy) Schechter, que vive en Israel y yo.
Luego de la jubilación de mi madre, en el año 38, nos mudamos a Cernâuti, donde papá tenía su centro de trabajo. Compramos un apartamento. Empezaron los cambios. Vivir en el campo rodeado de la naturaleza, además de una paz espiritual tenía ciertos atractivos que la ciudad no poseía para un niño de once años. En mi pueblo era un alumno avezado, ahora para poder ser aceptado debía de pasar por un examen de admisión. Los judíos en el liceo que me querían inscribir, teníamos un cupo, de cada 42 integrantes de una clase, lo máximo permitido eran 7 judíos y para ser aceptados debíamos de sacar promedios de notas superiores a los rumanos. Mi madre se esmeró en repasar conmigo todo lo aprendido. Pequeñas ventajas de tener una madre maestra. Fui aceptado en la prueba de admisión del liceo Aron Pulmon, saqué las mejores notas.
Me esforzaba en sacar buenas notas, ya no era como en mi pueblo, los profesores demostraban una actitud de rechazo hacia los judíos, no premiaban nuestras calificaciones por lo que éramos, esto hacía el ambiente aprensivo. Al no fallar en los estudios buscaban nuestros puntos flacos, el acento, ¡eso! era grave, ¡eso! era motivo suficiente para demostrar su odio, su envidia, su ira. En aquel momento se leía lo que pasaba en Alemania, el mensaje nazi llegaba a todas las clases sociales. La intención lograba su fin, conseguían incrementar el odio. Dentro de este ambiente cuando los rusos se anexaron la zona en el año de 1.940. A excepción de los judíos muy ricos que veían sus posibilidades muy negativas. La gran mayoría de la población judía veía en ellos una salvación.
Al entrar los rusos, confiscaron los bienes de mi padre. El comunismo empezaba a hacer estragos. Mi padre, hombre quién hasta ese momento era rico, recibió un golpe al cual no estaba preparado. En nuestro pueblo por su seguridad, era considerado el albaceas de los judíos. Ahora no solamente lo obligaban a transformase de hombre rico a pobre, sino que también era considerado perseguido. A los rusos les bastaba cualquier denuncia con o sin bases, para enviar a la gente como castigo a Siberia. Cualquiera que hubiera sido patrón, que hubiera tenido obreros corría con la suerte de ser denunciado. Para poder conseguir trabajo, era necesario presentar casi una biografía. Para ex-empresarios, lo único disponible era un viaje seguro a Siberia.
En una oportunidad los rusos vinieron buscando luego de una denuncia a un doctor Otto Melitzer, el que buscaban vivía cerca de nosotros y se llamaba igual que mi primo. Pero al que encontraron en su casa, fue a mi primo. Por tener su mismo apellido, lo estaban deportando a Siberia, a su familia les era permitido quedarse o acompañarlo. Un castigo injusto a una persona equivocada, pero así eran las cosas con los comunistas. Mis familiares pasaron 20 años en Siberia y luego treinta más, en una ciudad cercana. Por un injusto error pasaron 50 años en Rusia. Con la caída del muro de Berlín y del sistema comunista, se abrieron las puertas de emigración. En el año de 1.991 llegaron a Israel. Hace unos meses los encontré, me contaron su increíble odisea, su historia personal, pero creo que ésa será una de las tantas que nunca conocerá el mundo.
Al cambiar el gobierno, los judíos de alguna manera, se sentían más libres, el racismo estaba prohibido, cualquiera que destacaba fallas o fomentaba alguna diferencia étnica era perseguido. En 1.940 el gobierno soviético mantuvo los colegios judíos, esto hacia sentir al pueblo libre, pero empezaron otros tipos de penurias.
Yo, voy al colegio, de nuevo noto cambios drásticos en nuestras vidas. por un lado; mi padre perseguido, humillado, suplicando en las colas por un poco de comida, por otro, gracias a mis notas, paso a formar parte de un grupo élite. Dentro de su sistema había tres escalafones, Pionero, Konsomol y luego Miembro del partido comunista. Con mis primeras calificaciones fui galardonado con un fulard rojo, nombrado Pionero, me sentía orgulloso cuando al pasear en la calle la gente me lo alababa. Un poco más de once meses duró la ocupación los rusos.
En vacaciones solía ir a mi querido pueblito Costesti, visitar a mi abuela, a mis tíos y primos, me llenaba de satisfacciones. Era recibido con cariño. Los recuerdos gratos que pasé con mi abuelo los podía volver a sentir con solo visitar su casa. Veía el pasado y el presente, amalgamados. En nuestro pueblo el tiempo parecía inmóvil.
En el mes de febrero de 1.941, estaba jugando pelota con mis amigos José y Norberto Kaufman. Mi madre me mandó a llamar, la abuela a quién siempre conocí enferma, había agravado. "De un momento a otro" decía el médico, tomamos un autobús y en tres horas estábamos en Costesti. La abuela no soportó otro invierno. Al igual que con mi abuelo, los amigos y familiares nos acompañaron toda la semana. Pasada la primera parte del luto, regresamos a Cernâuti. Con nosotros se vino una de mis primas, se quedó una larga temporada. Durante ese mismo tiempo, recibimos en mi casa por unos días al cartero de nuestra ciudad. Había venido a arreglar ciertos papeles en la capital y por ser buen amigo de mi padre le pidió que lo hospedara hasta finiquitar sus cosas, la amistad y el afecto era tal que mi padre no dudó ni un momento, nuestra casa fue su hotel por casi cuatro días.
Muchos años he sufrido, mucho dolor he tenido, pero apegarme a la vida es y ha sido mi lucha hasta el fin. Difícil es despedirse de algo querido, más si el nuevo camino no es conocido. Pero sé que mi labor no se ha perdido, la continuaran los dos hijos que he tenido.
Cuando los alemanes empiezan la guerra el día 21 de junio de 1.941, los rumanos se le pliegan. Empieza el primer bombardeo de la ciudad, nosotros estábamos de vacaciones. Hacía apenas tres días que regresó mi prima Chaikale a Costesti. Mi tía ante los rumores de que las cosas no marchaban bien en la ciudad, la había venido a buscar y se la llevó de regreso, decía que en el pueblo estaban más seguras. Mi padre al ver los bombardeos, pensaba que mi tía estaba en lo cierto, que en Costesti sería más seguro. Trató de convencer a mi madre para que nos fuéramos, pero ella decía que con dos niños era sumamente peligroso, ir a través de las bombas. Además los medios de transporte no estaban funcionando, lo que significaba irse o a pie o en carreta. Ella decía que no tomaría ese riesgo.
Momentos importantes, momentos de inspiración, momentos decisivos que nos alejan de la muerte, momentos que los humanos sin razones aparentes deciden sin saber su fin o su suerte.
Bajo el intenso bombardeo de los alemanes y con la ayuda de los rumanos, el frente se derrumbó rápidamente, a las pocas semanas, empezó la ocupación. Una noche para ganarse mérito con los alemanes. Entraron los rumanos al templo judío y lo quemaron, recogieron al rabino principal, a sus ayudantes y a dos mil hombres judíos más, los llevaron fuera de la ciudad y los fusilaron frente al río Pruth. Empezó la persecución diaria. Los buscaban casa por casa, les quitaban todas sus pertenencias y los encerraban en un gueto, (sector de la ciudad considerado como una especie de cárcel de la que no se podía salir y a la cual iban reduciendo de tamaño día a día).
A la semana siguiente, mi papá se encuentra en la calle con un amigo no judío, paisano de Costesti. Este le cuenta lo que pasó en el pueblo, le aclara que de alguna forma, no todos tuvieron responsabilidad con los hechos. Le dice que algunos trataron de apagar la combustión que generaron otros, pero que les fue imposible. Y le comienza a contar: Cuando en el pueblo se enteraron que el ejército rumano estaba entrando en la guerra, se formó un grupo entre los mismos campesinos que fue liderado por el cartero. (Nuestro " amigo" el cartero del pueblo) Fue una casualidad que en esos tres días no se encontraban en el pueblo, ni el alcalde, ni el cura. Era un día viernes, los campesinos sabían de la santidad de ese día para los judíos. Por el cartero sabían con lujo de detalles las direcciones de los judíos. En grupos, fueron casa por casa, sacaron a los viejos, jóvenes y niños, los que podían caminar bien, los que no, los arrastraron con cruel maldad. La misma calle que por muchos años los vio desfilar en sus mejores galas hacia la sinagoga, ese día los ve traer a la fuerza cual desquiciados malhechores. Como un rito satánico los metió en la sinagoga, los dejaron adentro, de nada valieron sus súplicas, no los dejaron salir. Ninguno se imaginaba lo que el destino les tenía deparado. Dentro del grupo reconocían a uno que otro fascista. Los mayores al verse imposibilitados por la fuerza de la turba, comenzaron a orar todo el viernes y el sábado. En su demostración inusitada de xenofobia, no les permitieron comer ni beber. Desde afuera custodiándolos, como quien viera a animales, la mayoría del pueblo se turnaba para insultarlos. Mientras tanto sus casas eran saqueadas. Uno de los principales motivos fue el robo. La envidia y el odio se unieron y volcaron y se volcaron en contra de cada uno de ellos. Para el día sábado, las casas de los judíos estaban totalmente vacías, desvalijadas, sin cosas y sin gentes. El botín había sido repartido. Cada uno de los campesinos, cual trofeo de guerra mostraba complacido su pieza robada.
Llegado el día domingo, día de descanso, de meditación para los habitantes de Costesti, el cartero con sus secuaces fue en busca de una patrulla del ejército rumano. Los traen, en el camino les dicen que los judíos que tenían presos en la sinagoga, había sido cómplices de los soviéticos, recomiendan un escarmiento. Eran los mismos representantes del pueblo los que le hablaron. Sin mediar palabras, los sacaron de la sinagoga se los llevaron a tierras agrícolas, excavaron una gran zanja y luego los fusilaron, sin diferenciar entre ancianos jóvenes o niños. Tres muchachos judíos que regresaban a sus casas después de haberse liberado de los rusos, sin saber lo que pasaba, también fueron agarrados y fusilados con los demás. A excepción del señor Rosemberg, que la noche del jueves había salido para Cernâuti y de milagro se salvó, aunque luego murió de tuberculosis en el año 46. Ese día, Todos los judíos de Costesti, fueron asesinados.
Entierran a un pueblo, entierran a mi gente. Entierran sus angustias, su tradición y ya. Un bárbaro episodio en Costesti ocurrió. Un cartero cual hermano en Caín se transformó.
Después de unos días mis padres se encontraron al Sr. Tudan cura del pueblo y al señor Kasian director del colegio, durante la ocupación de los rusos, se había fugado a Rumania. Les hicieron saber que de haber estado ellos en Costesti, no hubieran permitido la masacre. Pero a los mentirosos como decía mi abuelo se les ataja antes que al cojo. Cinco meses después, estando toda mi familia dentro del gueto, iban los dos tanto el cura como el director con un grupo paseando dentro del mismo. Los vi disfrutar al ver a los judíos presos.
La maldad y la crueldad reinaban por doquier. Los alemanes, además de demostrar al mundo su increíble pero sistemática aniquilación de los judíos, no se conformaban con eso solamente. Dentro de su espíritu de asesinos, su masoquismo no tenía parangón. De la piel del cuerpo de los judíos fabricaron lámparas. De sus entrañas, fabricaron un jabón llamado Rjf, cuyo significado es: jabón limpio de judíos. Este se vendía libremente en Rumania y en otros países. Luego de terminada la guerra, la comunidad judía recogió todo el jabón Rjf y en un acto solemne en el cual casi todo el pueblo estuvo presente. fue enterrado en el cementerio.
¿Cómo ocurrió nuestra entrada al gueto?. Un día pusieron una cuerda en nuestro vecindario y dijeron: "aquí tienen que vivir los judíos". Así oficialmente se abrió el gueto en Cernâuti. Como muchacho salí escapado muchas veces, yo era muy tremendo. En repetidas oportunidades fui a mi casa, rompí los sellos que les había colocado a las puertas y poco a poco saqué nuestras cosas de valor que llevé a casa una gentil (Persona no judía), para que nos las guardara. Otras que consideré necesarias y por su pequeño tamaño las llevé y las metí en el gueto sin ser visto. Por mi pelo rubio y ojos claros, cada vez que lograba escaparme, me escurría fácilmente entre la gente. Hacía compras en las tiendas sin las colas que los judíos tenían que hacer, para luego no conseguir nada. No creyéndome judío, obviaba las colas y en la mayoría de las tiendas, podía comprar libremente. Lograba perderme fácilmente, con los rusos y los alemanes, por mi agilidad y mi color de piel.
Una de esas noches, de regreso de mi casa con algunas cosas para el gueto, unos muchachos me detienen, ellos eran cuatro. Me preguntan si soy judío, les digo que no, me dicen: "hazte la señal de la cruz". Sin dudarlo la hago. Recibo una cachetada, luego otra, les pregunto, ¿por qué? me contestan: "jamás con la mano izquierda". salí corriendo, me persiguieron por varias calles.
Repaso la ruta que seguimos. Salimos de Costesti a Cernâuti, luego el gueto dentro de la misma ciudad, fuimos a Moquilev pasando por Ataki, paramos por distintos pueblos; Shargorod, y después nuestra odisea en Schmerinka. Tres días estuvimos esperando a que nos dejaran entrar a la ciudad. Era una zona rumana y sus gobernantes, decían tener demasiados judíos como para seguir recibiendo más. En pleno invierno, estuvimos parados a la puerta del pueblo muriéndonos de frío. Descansábamos en establos. Luego por fin nos dejan pasar y las pocas horas nos vuelven hacer salir. Continuamos hasta llegar a la vieja estación de trenes del ejército ruso cerca de Balki. Frente al Río Niester y del otro lado de la orilla Mogilev.
Después de una noche en el tren, a las 6 de la madrugada, se abren las puertas, hay que salir, por lados nos empiezan a pegar, cada uno de nosotros llevaba su pertenencias. La gente en el camino iban soltando cosas, poco a poco, el peso obligaba a irse desprendiendo de las únicas cosas de valor, a ambos lados estaban los campesinos cual animales de rapiña a la espera de apoderarse de algún objeto. Estos ayudaban con los golpes, insistían en que dejáramos todas las cosas. Todo el panorama era lúgubre, el invierno y la hora, ayudaban a incrementar el miedo. Temblábamos por uno u otro motivo.
A nuestra mano derecha, veo tras unas rejas, a millares de presos rusos, se ven hambrientos, gritan como locos clamando un poco de comida. Alguno de los nuestros piensa que puede hacer un bien, se le ocurre lanzarles un pedazo de pan para complacer sus peticiones. Debe ser que los tienen sin comer por muchos días. Como locos se lanzan en busca del preciado pan, aparecen los alemanes, la ametralladora y la maldad. Primero les gritan pero inmediatamente les disparan, les tiran a matar. Aprovechan cualquier excusa para acabar con ellos, aún presos, a los rusos les temen. En pocos minutos mueren decenas de ellos.
Seguimos caminando, llegamos a una plaza, acampamos parados, nos dicen, que debemos entregar las monedas, la valuta, que de no hacerlo seremos fusilados de ipso facto. Ya no cabe la menor duda, nosotros vamos a un camino sin regreso. Nos quitan todo tipo de documentación. De ahí en adelante, somos nulos, como animales, sin identidad. Seguimos hasta llegar al río, al montarnos en la barcaza que nos trasladará, vuelven los soldados ucranianos a gritarnos que debemos de entregar todas las joyas y cosas de valor antes de llegar a la otra orilla, que vendrá una nueva requisición y de encontrar en nuestros cuerpos algunas posesiones, seremos fusilados. Mi madre en la primera parada, esconde muy bien su anillo de matrimonio, piensa que el peligro ha pasado y se lo pone de nuevo. Uno de los oficiales se lo ve, casi le arranca el dedo para quitárselo y luego le da una cachetada que le deja la cara hinchada por muchos días.
Era el mes de octubre del año 1.941 cuando llegamos a Balki. Nos encerraron en dos cuarteles viejos del ejercito ruso. Había dos regimientos distintos uno a cada lado de la vía, esta estación no era usada para transporte de pasajeros, a veces llegaba algún contingente militar únicamente que servía de relevo. A nuestra llegada en el otoño éramos más de mil personas, al pasar el primer invierno quedamos sólo 200. La fiebre tifoidea producía estragos a diestra y siniestra. La falta de aseo, y los piojos, responsables directos de la transmisión de la enfermedad, además de la escasez de medicamentos, de alimentos o de cuidados, hacía que la mortandad cobrara a veces hasta treinta personas por día. Primero se morían los padres y al no tener quien cuidara a los hijos, estos o morían de hambre o contagiados por la fiebre. Era un círculo vicioso, de ocurrir al revés, de enfermarse primero los niños, contagiaban a los padres mientras estos los cuidaban. Nosotros los Jägerman, corrimos con mucha suerte dentro de todo lo malo. Mis padres había pasado la fiebre tifoidea en la guerra del 18 por lo tanto no se contagiaron. Cuando me enfermé, mi padre siempre estuvo a mi lado, por seis días con sus noches se ocupó de darme a mí y a otros tres niños más, agua caliente, único tratamiento "disponible" en el campo. Gracias a su aguante los cuatro logramos salvarnos.
Por esos días la falta de alimentos era normal. Por la misma enfermedad, nos era imposible escaparnos del campo y negociar algunas cosas con los campesinos ucranianos. Los guardias a veces permitían que se formara en la puerta del campo una especie de mercado donde lográbamos hacer trueque. La poca ropa que habíamos salvado por algo de comida. La mayoría de las veces cuando se incrementaba la escasez de comida, al llegarle a mi padre un pedazo de pan; el lo dividía en cuatro pedazos exactamente iguales y los repartía. Uno para mí, otro para mi hermano y los dos restantes para mis padres. Lo extraño era, que al otro día que sabíamos que no habría comida, siempre mis padres nos daban sus otras dos mitades del día anterior.
La escapada del campo estaba penada con la muerte, en una oportunidad los ucranianos, agarraron a siete jóvenes judíos que en busca de alimento, se había escapado. El capitán de guardia dio un ejemplo de la capacidad de maldad con que estaba formado: los mandó a los siete a ponerse en fila, recuerdo su insistencia que fuera en perfecta línea. Sacó su revolver, habló de la paciencia, de la obediencia, del castigo. Volvió a repetir la orden de enderezar la línea, apuntó en la frente al primero de la fila. Pensamos que fanfarroneaba, jamás nos imaginábamos de lo que sería capaz de hacer. Sin que le temblara el pulso, a quemarropa, disparó. Seis muchachos jóvenes e inocentes cayeron muertos por una sola bala que les atravesó el cerebro, sólo el séptimo se salvó ese día. Con una fuerte carcajada por lo que había sucedido, le perdonó la vida al único sobreviviente y le ordenó a que regresara al campo.
Durante la noche solía escaparme del campo para tratar de cambiar agujas, botones, hebillas o cosas pequeñas con los campesinos por comida. También nos adentrábamos en el bosque que estaba a seis kilómetros de distancia para recoger leños secos los cuales usábamos para hacer fuego y calentar el agua. Muchas fueron las veces que salimos y sin ser vistos regresamos con comida o ramas secas.
En una oportunidad que me había escapado junto con mi hermano menor y sin el conocimiento de mis padres, fuimos agarrados dentro del bosque. Ese día se nos había unido otros prisioneros, éramos en total seis en el grupo, tres mujeres que desesperadamente trataban de encontrar a sus esposos del otro lado con los rusos. Un hombre de unos cuarenta años, que no soportaba el hambre, decía que prefería ir a Siberia y nosotros dos. Ellos eran dos guardias armados, el recuerdo de lo que en una oportunidad le había hecho a los otros jóvenes, me aterrorizó. Pensar que mi padre no me había permitido que llevara a mi hermano conmigo, e imaginarme de que por mi culpa, hoy le pudiera suceder algo fatal, me obligó a tramar un escape por lo demás descabellado. Veníamos caminando por el lado de la carretera, a mi derecha había una zanja inmensa por donde en época de lluvia corre el agua. En idish, le dije a mi hermano que a una orden mía, saltara a la zanja y tratara de escapar, que no se detuviera por nada del mundo. Convinimos que la señal se la daría al levantar mi mano derecha. Luego de constatar que había entendido todo bien. Me adelanté con los guardias, aceleré el paso, quedé de primero, así logré llamar la atención de ambos, caminando de espalda y hablando con ellos alcancé mi objetivo. Al ver un momento de descuido en los guardias, hice la señal convenida, levanté mi mano derecha.
Mi hermano como un rayo veloz, saltó a la zanja, no hizo ruido, mientras tanto yo aceleraba mi paso, ellos temiendo de que estaba tratando de huir, no se percataron de su fuga. Cuando pude darme cuenta de que ya no estaba a la vista, me sentí satisfecho. El esfuerzo y el riesgo tomado, había valido la pena. La verdad es que ya no pensé en mí, no me preocupaba de lo que me podría pasar. La hazaña me había envalentonado, de alguna manera me sentí, una especie de héroe.
Mi hermano corrió de regreso al campo, les contó a mis padres lo que esa madrugada nos había pasado. Ellos corrieron a donde Joseph. Dentro del campo había uno de los nuestros llamado Joseph que estaba muy ligado a los soldados rumanos, era amigo de uno de los capitanes que estaban a cargo de este lado de la estación. Le suplicó que intercediera por nosotros. Lo primero que le dijo fue que en ese momento del día no podía hacer nada, que debíamos de esperar hasta el amanecer. Que para poder hacer algo sin levantar sospechas, debería de ser luego de las seis de la mañana.
Mientras tanto al llegar nosotros al otro cuartel, lo primero que nos hicieron fue darnos una paliza. Comenzaron con el hombre que nos acompañó. Recibió veinticinco golpes con un cable de los usados para llevar corriente de alta tensión, de esos que son muy gruesos. Lo destrozaron, lo dejaron marcado de por vida. A posterior el capitán ordenó hacer lo mismo conmigo. Con el mismo cable, pero con mucha menos fuerza y con menos golpes recibí mi porción al igual que las mujeres. Encima del dolor que teníamos, nos dijeron que nos fusilarían en la mañana. Gracias a Dios, el capitán amigo de Joseph, se encargó a tiempo de nosotros. No permitió que sucediera lo que tenían previsto. Nuestro capitán nos reclamó como obreros y prisioneros suyos, le dejó entender que él se encargaría de nosotros, que nos daría un buen escarmiento, que el castigo sería ejemplar. El haría valer las leyes.
Llevados por nuestro capitán, llegamos al campo. Mis padres no habían parado de rezar por mí. Respiraron en paz en cuanto me vieron llegar. Me pidieron que no me volviera a escapar, que esto pudiera ser un aviso. No podía hacerles caso, el hambre eliminaba el miedo. El frío era tan violento, que, o nos escapábamos en busca de leños, o moríamos congelados. No era cuestión de valor, era de supervivencia.
Con la caída del frente alemán en la zona ucraniana y la llegada del frente ruso a Rumania y a una gran parte de Polonia, nosotros quedamos dentro de ese sector por ellos dominados y nos vimos libres. Era el mes de marzo de 1.944. Los rusos alistaron a los jóvenes mayores de 18 años, dentro de su ejército ucraniano. Los entrenaron durante un mes y por no tenerles confianza los mandaron como carne de cañón al frente de guerra. De 18 compañeros que tenía, sólo tres sobrevivimos incluyendo a mi hermano. Nosotros por ser menores de 18 años no fuimos alistados. El primero de mayo del año 44 logramos llegar a nuestra ciudad, a Cernâuti. Nuestra casa seguía en pie, nuestras cosas, no. Las cosas de valor que habíamos entregados a otros para que nos las guardaran, ya no estaban, junto con ellas se fueron las que nos las guardaron. La propiedad que en una oportunidad compró mi padre en Cernâuti, nos cobijaba, el fin había llegado. Empezábamos de nuevo, con nada, con una experiencia increíble, con sueños, con ideas y con ganas de vivir y de triunfar. La historia sabe que lo logramos. La unión y la fuerza de mi familia estaba basada en las raíces de nuestro pueblo judío. La enseñanza que nos dieron nuestros ancestros, llenaron con gran satisfacción todo el espacio vacío que teníamos.
Costesti, llamada también, la masacre de Bucovina, Cernâuti de la riqueza a la pobreza, Balki de la libertad a la humillante prisión. Los ucranianos, la maldad hecha realidad, luego los rumanos con su anti-judaísmo. Los rusos con su comunismo y sus temores. Los alemanes con su premeditada y calculada aniquilación. Los rusos de nuevo, con su sed de venganza. Llega la libertad desconocida. Nuestro viaje a América, el país soñado. Descubrimos la democracia, el sistema idóneo. Formamos un nuevo hogar con nuevas; lenguas y costumbres. Creamos para el futuro con la descendencia de hijos y nietos. Vivimos la muerte de nuestros padres. Proyectamos el Futuro, con el cielo como límite. Mientras tanto vivo los recuerdos. Recuerdos de mi vida, recuerdos de mi hogar, recuerdo con tristeza a mis padres y a los demás.
Samuel Akinín Levy
viernes, 1 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)